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Duermo poco y cuando duermo, tengo pesadillas. Así fue desde que la memoria archivó de oficio mis recuerdos. Una noche sin quererlo la cosa cambió: soñé con un cielo azul, tan perfecto y limpio que miraba los ojos de Dios, que susurraba entre las hojas de sauces llorones apostados en la orilla de los ríos cristalinos, donde tomaban un baño, bajo el sol radiante, las virgenes hermosas de la inocencia perdida. Un perfecto cuadro impresionista. También habían muchas ventanas, que atravesaba sin romper ni huesos ni cristales, ni hacer un ruido que despertara el profundo letargo de las orugas. No soñé con gigantes que dormían en pasajes angostos, no soñé con el cobarde asesino de mi sombra, no soñé con la rasposa realidad del otro. Soñaba bien. Pero desperté pronto y te encontré durmiendo a tí, que a penas sueñas, compartiendo conmigo una sábana, con tus ojos verdes bien abiertos, el iris dilatado acariciándome la cara. Y mi sueño fue insignificante, mujer desnuda en mi cama.

Comentarios

Antonio Ruiz Bonilla ha dicho que…
Me alegro que pasaras nada más amanecer, de un bello sueño, a una mágica realidad. Un saludo y espero que puedas visitarme.

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