L'enfer, c'est les autres (el infierno son los otros)
¡Ah! ¿No sois más que dos? Os creía mucho más numerosas. (Ríe.) Así que esto es el infierno. Nunca lo hubiera creído... ¿Recordáis?: el azufre, la hoguera, la parrilla... ¡Ah! Qué broma. No hay necesidad de parrillas; el infierno son los Demás. Jean Paul Sartre, A Puerta Cerrada.
Si hace algunos años me hubiesen preguntado por el infierno, seguramente hubiese contestado de una forma sartreana y luego dado una bocanada a mi cigarro. Y es que cuando uno analiza la activa limitación que progresivamente implica ante el yo, la existencia del otro, la respuesta encuentra un fundamento mucho más básico que una estructura filosófica. En estos países en estado "salvaje" como tiene a bien nominarlos Mauricio Cruz, la existencia del otro presupone un encuentro rasposo con la realidad. Hemos de desconfiar los que habitamos esta ficción negra que es Guatemala, de todos y de casi todo. El miedo impulsa minuciosas investigaciones de quienes compartimos espacio y tiempo, hasta el punto de obsesionarnos el saber qué hace el vecino, con quién duerme, a qué horas come, con quién come y si quiere matarnos o robarnos. Tenemos que controlarlo todo. El trasladarnos implica siempre una amenaza: asaltos a buses, violaciones en los buses, comportamiento indecoroso hacia las mujeres, robo de autos, etc. Es un extenso menú este. Al final, eso de considerar la condena del alma la existencia de un igual, tiene un asidero casi insalvable en nuestro caso. Pero mucho más allá de eso, he de considerar mi propia rendición. He sido derrotado por el otro, y como buen estratega, me le he unido. Largas horas de contemplación filosófica y espiritual, fomentada por los vicios, me han conducido a afirmar que en sí, el universo, no es otra cosa más que el cuerpo místico de Dios. Soy panteísta y por lo tanto un hereje para el catolicismo en el que fui bautizado. Pero no puedo digerir una cosmovisión distinta. La única manera de soportar la hedionda realidad de mi prójimo es finalmente aceptando que somos parte de un mismo cuerpo divino y celestial (algo que requiere una explicación muchísimo más prolija que esta modesta entrada en mi blog); y que ese, quien me disgusta, es algo así como el dedo gordo del pie: velludo, informe y casi inútil. O bien, por qué no, el apéndice de Dios (hasta la fecha no se ha encontrado utilidad cierta a esa prolongación delgada y hueca, de longitud variable, que se halla en la parte interna y terminal del intestino ciego del hombre, igual que a muchas personas que conozco). No sé si he hecho bien en dar este giro en mi vida. De lo que sí tengo certeza es que me he quitado un gigantesco peso de encima. Viajo más ligero, lo siento. No arrastro conmigo el ancla del desencanto hacia la humanidad, sino más bien, extiendo las hermosas alas de la tolerancia y la paciencia. Aunque a veces eso sólo sea una aspiración mía y no una concreción vital.
Comentarios
Un saludo.
manly tiene razón, yo por mi parte así lo entiendo ya que hay sitios donde no es necesario ese replanteamiento del que hablas... ((siento ahora que mi ignorancia no me da para opinar más allá))
Por otro lado tengo que decir que me quedo asombrada de que te sigan interesando mis letras y te dé que pensar, muchisimas gracias. Salu2.
Ahora bien, Ana, ese mecanismo de defensa es el que hay que desarmar. Porque te encadena a una codependencia maliciosa, que no te deja preocuparte por otras cosas más importantes como la belleza del mundo y sus imponentes maravillas. Te ciega, y eso es lo peor que te puede pasar ante un mundo tan hermoso. Gracias a ambas por leerme. Me siento conectado con el mundo...
no gracias. No me lo afees, anda. €s lindo mi niño dios, demasiado lindo para que en este universo envejecido que pretende saber más que él me le añadáis la fealdad dela vejez y otras fealdades más...no sé si me explico...
besos