the dead, breathing over your neck
Los tres sabíamos que continuar era peligroso. Pero estaba Guadalupe; ese animal domesticado que filosofaba y recitaba con la crudeza de un carnicero. Y Guadalupe nunca se dobla. Sabiendo que podíamos morir, se quitó la pistola del cinto y la llenó de balas embarazándola de violencia. Mientras cargaba un tiro en la recámara, sus ojos mestizos de un negro encendido me miraron, y escupiéndome serenidad, dijo: yo no sé mucho de leyes, pero si alguien se nos acerca, disparo a quemarropa. Entonces supe que todo marcharía bien. O bien repetí varias veces esa mentira para tranquilizarme.
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