the dead, breathing over your neck

Los tres sabíamos que continuar era peligroso. Pero estaba Guadalupe; ese animal domesticado que filosofaba y recitaba con la crudeza de un carnicero. Y Guadalupe nunca se dobla. Sabiendo que podíamos morir, se quitó la pistola del cinto y la llenó de balas embarazándola de violencia. Mientras cargaba un tiro en la recámara, sus ojos mestizos de un negro encendido me miraron, y escupiéndome serenidad, dijo: yo no sé mucho de leyes, pero si alguien se nos acerca, disparo a quemarropa. Entonces supe que todo marcharía bien. O bien repetí varias veces esa mentira para tranquilizarme.

Comentarios

Antonio Ruiz Bonilla ha dicho que…
gracias por tu comentario, la calidad de lo que escribes pronto tendrá el reconocimiento merecido. ¿Este relato continuará? Un saludo

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