El cumpleañero
-Vos, ¿qué pensás del niño?, me preguntó Alejandro, mientras miraba la foto del pequeño en la prensa. Celebraba sus tres años con un pastel verde dispuesto sobre una mesa forrada de plástico. Varios familiares aplaudían al lado.
Todos en la foto se veían marchitos. Eso pensé mientras fingía formular una hipótesis acerca del paradero del niño. Uno desarrolla un instinto. Uno sabe qué pasó. La respuesta a eso es fácil: mientras más te adentrás en la criminología, más pensás como un criminal. Yo soy una maldita bestia en potencia.
- El niño está muerto, contesté sin decir más.
- Mierda, seguro que sí. Pero ¿dónde podrían haberlo enterrado?
Medité. Vi la foto, sentí un frío excepcional, pensé en una especie de túnel negro con una abertura al final blanca. La poca luz que entraba en el orificio me dejaba ver las paredes brillantes por la humedad, era una caverna mohosa.
-El niño está cerca de una fuente de agua, dije.
Alejandro tomó el teléfono y llamó al equipo que estaba en la casa de la sospechosa. A tres horas de donde nosotros estábamos, en una montaña árida. Les dijo que buscasen cerca del pozo o de la pila, y que devolvieran la llamada si encontraban algo.
Yo me senté a escribir unos oficios. Me sentía mal. No había dormido mucho. Había bebido. Estaba un poco borracho todavía. Era un veintitrés de diciembre.
Las fiestas me joden. En el freezer tenía el cadáver de un pavo. Una botella de vino enfriándose. Un teléfono apagado. Aquella vida tranquila congelándose.
Un par de minutos después, el teléfono de la oficina sonó: el equipo que allanaba tenía algo: cerca de la pila, tras escarbar con una pala, asomaron a la luz tres dedos humanos. De un infante, aparentemente.
Alejandro me avisó. Me tomé un Red Bull. Encendí un cigarro. Saqué el arma de la gaveta, la cargué y me la coloqué en el cinto y salí a la calle.
Había muchísimo sol. Me puse las gafas oscuras. Detesto la luz. La gente pasa en sus autos viéndome con asco. Miran el nombre de la Fiscalía, el edificio y a mí. Nos desprecian. Qué más da. No me pagan por ser popular. Menos con los criminales.
La camioneta verde se detuvo enfrente. Alejandro y yo subimos. El piloto emprendió la marcha. Los policías hicieron sonar las sirenas. Era la música de la fiesta.
Había comenzado la cacería. Qué alegría, era hora de atrapar una presa.
Comentarios
Besos
¡Qué trabajo el tuyo mano! A veces también decir ministerio público es una mala palabra como sandra... y eso que decías... ayer...
Buena onda! Un abrazo!
buena suerte siempre
Aplausos.
Gracias Sofya, las dos aprehendidas ya fueron sentenciadas. Un abrazo.