México DF
Fue ahora, cuando volví a esta ciudad donde conocí tu falda blanca, cuando lo supe. Sí, fue ahora cuando encontré todas las calles con los nombres cayéndoseles a pedazos y todas las avenidas volviéndose una sola; una que me dirige contra toda voluntad hacia aquella tarde de martes, muy cerca de las dos con veinte, con el sol puesto tras las cortinas de la habitación alfombrada y tu pelo largo, llenando hasta desbordar la almohada. Supe entonces, que este viaje había sido para resucitarte, para convertir tu imagen en dedos, uñas y labios; pliegues, pezones y vellos. En tus ojos, Claudia.
Tu olor, devolverlo a mis manos. Tu sabor a mi lengua. Bebernos otra copa, sin tener un céntimo. Jugarnos al todo por el todo en el vagón del tren, mientras las señoras de los ojos maquillados nos ven con toda su rabia y sus maridos cansados duermen en los asientos verdes de plástico. Nada de eso ahora. Sólo me queda un largo silencio entre doce estaciones del metro, mientras soy el solitario testigo de cómo mi reflejo surge en la ventana mientras un enjambre de luces blancas lo violan a la mitad de cada segundo. Así que me pierdo entre la multitud, donde soy tan desconocido como en cualquier sitio. Vuelvo al hotel. Tomo un trozo de papel en la habitación y te escribo esto.
Claudia, estoy en México. ¿Te acuerdas? Las caminatas por las largas avenidas, los extensos nombres que nunca pudimos memorizar. Las noches, Claudia, tienes que acordarte. Éramos tan felices entonces, ¿verdad?. Aunque reconozco que ese fue siempre mi problema y lo sigue siendo, Princesa. No sabría decirte si fui feliz contigo o si alguna vez lo he sido, con alguien o con nadie. Ahora lo aseguro: No sé qué significa ser feliz. Así que sí lo fui contigo, no sabría decírtelo. Sólo sé que me haces falta. A veces, a lo mejor tu falda. De eso estoy convencido porque de la tristeza si puedo contarte y mucho. Pero no será esta vez cuando te hable del dolor, no es ese tipo de carta. Esta carta es para saludarte, joderte un poco la calma y desearte que seas feliz aunque yo no sepa serlo.
Tomo el trozo de papel donde te escribí y lo introduzco en un sobre que a su vez guardo en mi saco. Salgo a la calle, tomo cualquier esquina y bajo en la primera estación que encuentro. Me dispongo justo allí donde nadie sabría reconocerme sino tú entre las sombras, y antes que pase el próximo tren, me detengo justo a la orilla del vacío para contemplar cómo una carta que no llegará nunca a tus manos se pierde entre los durmientes de la línea, escondidos de a poco por los vagones naranja.
No miro hacia atrás cuando subo las gradas. No te busco más entre la gente. Encuentro la noche abierta, fuera de la estación y enciendo el primer cigarro nocturno. Esta noche será de las largas, yo seré un borracho callado, al lado de una ventana, intentando comprender qué hay de malo conmigo.
Tu olor, devolverlo a mis manos. Tu sabor a mi lengua. Bebernos otra copa, sin tener un céntimo. Jugarnos al todo por el todo en el vagón del tren, mientras las señoras de los ojos maquillados nos ven con toda su rabia y sus maridos cansados duermen en los asientos verdes de plástico. Nada de eso ahora. Sólo me queda un largo silencio entre doce estaciones del metro, mientras soy el solitario testigo de cómo mi reflejo surge en la ventana mientras un enjambre de luces blancas lo violan a la mitad de cada segundo. Así que me pierdo entre la multitud, donde soy tan desconocido como en cualquier sitio. Vuelvo al hotel. Tomo un trozo de papel en la habitación y te escribo esto.
Claudia, estoy en México. ¿Te acuerdas? Las caminatas por las largas avenidas, los extensos nombres que nunca pudimos memorizar. Las noches, Claudia, tienes que acordarte. Éramos tan felices entonces, ¿verdad?. Aunque reconozco que ese fue siempre mi problema y lo sigue siendo, Princesa. No sabría decirte si fui feliz contigo o si alguna vez lo he sido, con alguien o con nadie. Ahora lo aseguro: No sé qué significa ser feliz. Así que sí lo fui contigo, no sabría decírtelo. Sólo sé que me haces falta. A veces, a lo mejor tu falda. De eso estoy convencido porque de la tristeza si puedo contarte y mucho. Pero no será esta vez cuando te hable del dolor, no es ese tipo de carta. Esta carta es para saludarte, joderte un poco la calma y desearte que seas feliz aunque yo no sepa serlo.
Tomo el trozo de papel donde te escribí y lo introduzco en un sobre que a su vez guardo en mi saco. Salgo a la calle, tomo cualquier esquina y bajo en la primera estación que encuentro. Me dispongo justo allí donde nadie sabría reconocerme sino tú entre las sombras, y antes que pase el próximo tren, me detengo justo a la orilla del vacío para contemplar cómo una carta que no llegará nunca a tus manos se pierde entre los durmientes de la línea, escondidos de a poco por los vagones naranja.
No miro hacia atrás cuando subo las gradas. No te busco más entre la gente. Encuentro la noche abierta, fuera de la estación y enciendo el primer cigarro nocturno. Esta noche será de las largas, yo seré un borracho callado, al lado de una ventana, intentando comprender qué hay de malo conmigo.
Comentarios
besosdulces*
Suerte que los durmientes del tren hicieron volar la carta hasta acá.
Gocé cada giro, cada palabra, cada tristeza.
Un abrazo, Prado.
puedes titularlo así, maalexandra y dedicárselo a quien quieras. abrazo.
Carpe Diem Alfonso, eso me ha dicho Horacio.
Abrazo Lena. Desde casa, ¿es esto casa?
heeerrrrmooosoooo...
Bien escrito...!!!!
Me conmoviste tanto, no se vale. Me toma tanto tiempo escribir poque me dejaste sin palabras, que mejor me callo.
Un besito también.
ojalá, ojalá que se acuerde...
tus letras como siempre conmovedoras.
va el abrazo
criss
Con que no era tu aniversario...me voy a comer pasas.
Cuando llega el momento final y descubrimos que hemos sido vencidos, no queda otra sino esa sensación en el cuerpo.
Encender un cigarro y emborracharse en cualquier sitio puede ser una buena forma de capitular y reconocer la derrota... Aunque hacerlo en una ciudad que tanto nos evoca, puede tener hasta ciertas connotaciones masoquistas, por el hecho de intentar olvidar lo obviamente imposible debido al escenario y a las circunstancias.
Todos tenemos nuestro lugar maldito...
Te cambio tu México por mi Madrid.
Beso!
¿Te acuerdas?
Me recordó muchísimo a esta historia.
muchas cosas caen a pedazos... en pedacitos...
hermoso texto... hermosoo!!
muchas gracias!
y que fue a hacer al D.F.?? si se puede saber...además de recordar, claro...
Esa enorme ciudad que de solo pensarla me trae también gratos y otros dolorosos recuerdos...
Fijate que creo que yo estoy tan distante del D.F. como tu desde Guatemala...!!...cuanto tiempo permaneceras por México??
Sabes...te dejé una encomienda en uno de mis post pasados...solo pretendia conocerte un poco mas porque a veces te me antojas como un misterio...
Abrazos!!
Besos individuales
A.
Gran abrazo pal Norte