Desfile
Encendí la lámpara y allí estaba: enredándose tras los pliegues de la sábana, su pierna derecha. Me había quedado dormido. La abrazaba cuando lo hice. Busco un cigarro; pero desisto. No quiero despertarla. Prefiero verla dormir. Una mujer desnuda es un golpe rotundo de belleza. Pero ella, desnuda, me impide parpadear. Soy un niño viendo por primera vez el mar, con el sabor de la sal en la boca.
Vamos a las orillas. Desenfundo el dedo índice y con él, recorro su pierna. Aprendo cada curva. Son ciento treinta y dos páginas por centímetro recorrido. Poesía debajo del pezón derecho. Liturgia en su entrepierna: eso es, cáliz que beso. Suave, cálida, húmeda.
Se despierta.
El pelo cubriéndole la frente resguarda sus ojos bajo una sombra. Mi rostro de vencido se refleja sobre su iris gracias a la luz tímida de la lámpara. La beso. ¿Qué otra cosa puede hacer uno cuando quiere; cuando el corazón ya no late, sino galopa?
Acaricio su piel, asaltada de diminutas pecas y me dejo caer entre sus pechos. Prefiero entre los dos, el izquierdo. Late.
Es momento de aceptar las cosas. De las declaraciones, de los manifiestos. Es la declaración final de este encierro:
“Este es el fin de mis noches tristes. Se reúnen todas en tu cadera, formándose en un desfile. Se van perdiendo entre las sábanas ¿escuchas la música, las marchas? Miralas irse, cayendo desde el dedo más pequeño de tu pie izquierdo, en un precipitado salto al vacío. Se va la tristeza, me queda la nostalgia, que es la versión bella de todo desamparo. Me resta el amor para el camino que me trajo hasta ti, corazón que late, debajo del pecho izquierdo.”
Me besa. Había olvidado cómo era sentirse querido.
Vamos a las orillas. Desenfundo el dedo índice y con él, recorro su pierna. Aprendo cada curva. Son ciento treinta y dos páginas por centímetro recorrido. Poesía debajo del pezón derecho. Liturgia en su entrepierna: eso es, cáliz que beso. Suave, cálida, húmeda.
Se despierta.
El pelo cubriéndole la frente resguarda sus ojos bajo una sombra. Mi rostro de vencido se refleja sobre su iris gracias a la luz tímida de la lámpara. La beso. ¿Qué otra cosa puede hacer uno cuando quiere; cuando el corazón ya no late, sino galopa?
Acaricio su piel, asaltada de diminutas pecas y me dejo caer entre sus pechos. Prefiero entre los dos, el izquierdo. Late.
Es momento de aceptar las cosas. De las declaraciones, de los manifiestos. Es la declaración final de este encierro:
“Este es el fin de mis noches tristes. Se reúnen todas en tu cadera, formándose en un desfile. Se van perdiendo entre las sábanas ¿escuchas la música, las marchas? Miralas irse, cayendo desde el dedo más pequeño de tu pie izquierdo, en un precipitado salto al vacío. Se va la tristeza, me queda la nostalgia, que es la versión bella de todo desamparo. Me resta el amor para el camino que me trajo hasta ti, corazón que late, debajo del pecho izquierdo.”
Me besa. Había olvidado cómo era sentirse querido.
Comentarios
Saludos Cazador...
Bonne chance avec la femme :)
saludos
Buena suerte
Lo celebro.
Besos,poeta.
Saludotes
todo lo han dicho ya al respecto de su post...
apoyo kada mocion...
pero lo diré de kualkier forma: ES HERMOSO!!!
Saludos
simplemente hermoso
un abrazo
Coincido con el comentario anterior, siga leyendo en las plazas Aviador, siga... le hacía falta.
Abrazote y delis este su trip.
estoy feliz.
ojalá lo estén también ustedes.