Salvation Road
Las aspas de la hélice. El rotor. El maldito zumbido. La paranoia. Cada noche, desde hace una semana, un maldito helicóptero se pasea por encima de los techos del barrio, con las luces apagadas. Es una mancha negra o un estruendo. Se supone que es parte del plan de seguridad, es decir, que debería sentirme bien escuchándolo, porque significa que el señor Ministro de Gobernación hace algo por mí. Pero no, no siento eso. Odio al maldito helicóptero y me jode la calma. Siento que estoy en una zona de guerra. Pienso que se va a caer sobre mi casa, destrozando el techo y cayendo justo sobre mi cama, cuando estoy durmiendo y soñando con que vivo en una zona donde no hay helicópteros. Joder. No han sido semanas tranquilas estas dos últimas. A penas y he podido acercarme al blog. La semana pasada comenzaba un largo descanso desde el miércoles santo hasta el lunes de pascua. Pero el martes por la noche, una infección estomacal acabó conmigo y me retuvo en la cama durante el miércoles, el jueves y el viernes. Jodido totalmente. Bebiendo agua y tomando sopas. Famélico. Muy poco que contar. El jueves santo pasó un cortejo procesional frente a mi casa. Llevaban un Cristo con la cruz a cuestas, sobre un anda. Se formó un alboroto. Yo salí a ver. Frente a mi casa, estaba Sebastián, un borracho que empuja una carreta por el día y por la noche duerme en ella, a unas cinco casas de la mía, en la acera. Sebastián se mea en los pantalones y también se defeca. Huele a rancio, pero vamos, así olía la gente hasta hace mil años. Así que alrededor de Sebastián había un círculo vacío, sin personas. Aprovechando el espacio, me paré a su lado a esperar que Cristo pasara y con él los encapuchados, los tambores, la banda fúnebre, la algarabía en resumen. Y así fue: lento. Cinco o seis minutos, confundiendo mi olfato entre el incienso que llevaba la procesión, el olor de Sebastián y el perfume de las cargadoras que iban haciendo fila para cargar a la Virgen. Me detuve a observar la reacción del indigente. Sus ojos rojos, opacos y tristes no decían mucho, fuera de ser un signo de lo avanzado de la descomposición de su cuerpo. Pero se quedó inmóvil hasta que toda la procesión pasó. Y se persignó al final. La banda siguió su camino, tocando marchas fúnebres. Yo tenía ganas de ir al baño otra vez. Entré a casa. Luego de aliviarme, salí a ver por la ventana. Ya el mar de gente empezaba a dispersarse. Sebastián empujaba torpemente la carreta rumbo a la nada. Antes, pensaba que podía parar como él, totalmente perdido en las calles. Huyendo de todo. Así que siento cierta conexión con su vida. Por ejemplo: sé que al igual que yo, por las noches, mientras que yo estoy cubriéndome con las sábanas y él se acomoda sobre la acera, bajo la persiana de un restaurante de mariscos, ambos vamos a estar frente al mismo sitio: el cementerio. Si, al final de mi calle hay un cementerio. Y a lo mejor, también Sebastián también va a estar maldiciendo al helicóptero. Justo como yo. También sé que la gente ha hecho de todo por salvar a Sebastián, que lo han metido a rehabilitación y todas esas cosas. Sé también que nada ha resultado porque él se rehusa. No puedo hacer mucho por él. Tampoco por mí. A estas alturas del partido, ya no sé si quiera salvarme. Prefiero explorar otras opciones.
Comentarios
Besos.
tal vez tenga historias interesantes de ultratumba*
besosdulces*
y - bueno imagina también mi caso: vivo demasiado cerca al aeropuerto (-_-)
Cariños y espero que ya estés repuesto.
te puedo avisar ahora, More, por supuesto. Besos a ti también.
Sebastián ya no toma alcohol etílico como nosotros lo conocemos. Ahora bebe pequeñas botellas de alcohol para curar heridas. Es una lástima. Maalexandra.
Vaya María Andreé, debe ser ensordecedor vivir allí. Ya me hubiera comprado unos protectores de oídos. De esos que usan los trabajadores de la construcción o algo así.
Ya estoy repuesto Quillén, muchas gracias. Qué linda foto, de verdad. Felicidades.
Un abrazo a todos y todas.
Muy bueno!
Me quedo pensando en Sebastián...
Besos
Digo, en mi vida el alcohol ha funcionado como un perfecto lubricante para las relaciones sociales, para la fluidez de ideas y para el valor, cosa que la sobriedad en la mayoría de las ocasiones me hace ir en dirección opuesta…
Un beso de helada cerveza bajo un cielo lleno de estrellas en la brisa del aire del campo.
Pobre Sebastián, lo digo porque se defeca y orina en los pantalones, por lo demás quizá él no espere nada de nadie...
Me parece muy bien lo de explorar otras opciones. A veces se me ocurren cosas, pero lo que me falta es valor.
Me encanta cómo escribes ¿Te lo dije ya?