Río Perla
Jueves. Llego al Parque Central y me encuentro con Luis. Lee bajo la sombra del portal de Comercio, apostado sobre una columna frente a las gradas. Son las cuatro de la tarde. Me va a enseñar un bar. No saludamos brevemente, me enseña su libro. No recuerdo de qué trataba, en realidad pensaba en el bar. Caminamos una cuadra y frente al Palacio Nacional, entramos a un local. Es un restaurante chino. Bueno, en realidad ni siquiera hay chinos, ni comida china como tal, sino más bien está adornado con lámparas rojas de papel con inscripciones étnicas. Los meseros todos tienen un aire afeminado. Nos sentamos en la mesa veintiuno, lo sé porque tienen los números impresos en una plaqueta de plástico. La cerveza es barata. Desde mi asiento puedo ver a través del ventanal la esquina del Palacio, parte del parque y los edificios aledaños. Hay barrotes. Algunos borrachos hablan de música y luego pagan por las canciones en la rocola del sitio. Nos sirven la cerveza y pedimos algo de comer. Charlamos hasta el tercer litro, cuando apareció Carmen, la novia de Luis. De inmediato el mesero nos trajo otro vaso. Serví la cerveza y cuando terminé de hacerlo, al colocar el vaso, la luz del sol empezó a ocultarse tras el edificio del Instituto de Previsión Militar. Las palmeras del parque Centenario lucían como hermosas sombras alargadas. Como si fuesen gente que también esperaba un bus. Los vitrales del palacio relucían. Las lámparas del restaurante donde estábamos se encendieron en un rojo vivo, como de fuego. El mesero estaba contento, tenía puesta una cachucha y una ropa tan ajustada que parecía un seguidor de los Village People. Un proxeneta que venía cada tres minutos a limpiar. Varios travestis entraron al local. Eran altísimos y estaban perfumados. Seguía bebiendo, nervioso. No por los travestis, no por el mesero. No. Sobre la mesa, entre una bolsa negra, dos copias de mi primer libro de poesía estaban esperando a que Luis y Carmen lo leyeran. Tienen una editorial. Vaya, nunca me imaginé escribiendo poesía. Hasta que descubrí versos que me tiraron a la lona en el primer asalto. Y quise entrar a la pelea. Siento que tengo mucho que dar con estos puños. Los golpes, los sé recibir. Así que todo es cuestión que me den un cuadrilátero.
Luis leía algunos poemas y bebía de su vaso. Yo, bebía del mío, miraba sus ojos consumir las líneas y hablaba con Carmen. Era, en suma, testigo de cómo la noche caía en el Río Perla. Los travestis pusieron la música y luego, nosotros la despedida. Caminando. Hasta encontrar otro bar, donde nos surtieran de vino.
Comentarios
Abrazo fuerte.
Un buen dos mil diez para ti tambien, prado.
Un restaurant chino que no tiene comida china ni chinos..jaja
Y total en que quedaron? se convencieron de publicarte el libro? si es asi Felicidades! y si no, ya vendrá una mejor oportunidad =D
Anda, cuenta que pasó...
Diana
Saludos!
Güichita, todavía hay los mismos implementos y un baño limpio, te lo aseguro. Genial lugar ese. Un abrazo.
M. Trudy: claro, todos tenemos la obligación de divertirnos. Y gracias, ya sabes, se te quiere y agradece. El libro viene en marzo, pero faltan los detalles. Confirmaré en el blog. Un abrazo fortíssimo.
Eme: no lo sé, depende del diseñador, más que de mi voluntad. pero es un gran diseñador, te lo aseguro. Un abrazo.
Meza: usted si sabe, maestro. Me llega. Salud.
David, es que esa frase es mi pie de nota en el FB: la bondad del extraño no tiene mesura. Y es cierta. Es una de mis máximas, si tu deseo es citarme. Ja! un abrazo.
Diana, me publican, es una alegría enorme. Muchas gracias por el ánimo. Un abrazo enorme.
Engler: malabares para escribirlo si tuve que hacer. Lo escribí en un par de semanas. Sufrí. Oh sí. Pero qué alegre verlo impreso. Un abrazo, my brother in arms!
Sayonara.
Felicidades!
Gracias Issa. Un abrazo.
Primero que nada, mis plácemes. Y por favor practica tu caligrafía, que quiero mi copia autografiada y me gustaría mucho que se pudiera leer la dedicatoria, pues de lo contrario no me va a servir para apantallar.
Saludos, un abrazo.
Por mientras, ni yo entendí lo que te escribí.
Van los saludos, y vivan los árboles floridos
Blanca Estela