Navegante
De niño quise ser pirata. Sobre todo al ver esa película que con el tiempo sigo amando: Los Goonies. Las aventuras que prometía hacerse a la mar, sin destino fijo, sino donde estuviera el tesoro me parecía sensato y necesario. Pensar en los valles de olas esperando a que las montara en un viejo barco de madera que cruje de alegría mientras avanza. El olor de las velas. Eso mismo quise sentir, cuando el último día del dos mil nueve me hice a la carretera por la tarde. Rumbo a Quetzaltenango. La autopista desde el inicio estuvo vacía. Y una vez internado en esas inmensas montañas boscosas, la última tarde de la década empezó a morir. Es mi hora favorita del día: el cielo naranja, azul, celeste, rojo. Las bandadas de pájaros. Todo en la tierra es una silueta oscura y me siento parte de una ilustración, un cuento que va dictado por mis palabras en un libro que no conozco del todo. A la orilla del camino, mientras avanzaba entre la misma nada agreste, decenas de niños fueron apareciendo, agitando sus manos mientras pasaban los autos. Al principio pensé que era una casualidad, luego descubrí que no: habían cada vez más niños saludando. Decían adiós. Pensé en las infinitas posibilidades que los motivaban: se me habría pinchado una llanta, me avisaban de un accidente o era una costumbre que desconocía. Pero luego tuve mi respuesta. Los niños estaban allí porque esperaban que les regalaran juguetes. Eran niños campesinos, con mucho frío y caras enlutadas agitando sus manos en pequeños grupos o solos. Y el dos mil nueve seguía muriendo hasta transformar las manos de los niños en parte de la ilustración donde yo habito.
El último de ellos, estaba apostado al inicio de una curva en la cima de una montaña. Tras él, un vacío de colores pastel ejemplificaba el infinito. Luego tomé la curva y se vino la noche. La luna llena iluminaba ahora las montañas. Su brillo intermitente me perseguía, escondiéndose tras las colinas y los árboles al lado de la carretera. Eran casi las siete. Pensé en mi hijo. Lo imaginé diciéndome adiós. Entonces sentí que todos los niños de la carretera eran mis hijos y supe que Dios también es un tipo triste, porque sus hijos lo son a veces. Pero también es un tipo feliz. Y seguí manejando.
Divisé una especie de bóveda atravesada por la carretera. Yo no sabía de qué se trataba al inicio. Sólo pude ver a la luna ocultarse de pronto. Dentro, la oscuridad fue un largo abrazo donde mi barco navegó, crujiendo, izando las velas. Esperando a que amaneciera un nuevo día para mis hijos, para mí y para el mar que me acaricia con la brisa.
Comentarios
felicidades en 2010
Feliz 2010!!
Alejandra, gracias por el abrazo y la continuidad de tus fotos. Un abrazo enorme para ti, también.
Seguro era pirata pero encalló en el polo, David. Un abrazo y qué genial lo de la presentación de Bianchi.
Un abrazo para vos Fabrizio. Que este año nos traiga días emocionantes. Y que las noches sean igual, suerte en tus viajes.
Dice J. Drexler que lo importante de un faro no es la luz sino los doce segundos de oscuridad. Le creo.
Un abrazo enorme para todos.
sí vos, esos niños saludando son impresionantes, pero cuando pensás que quizá no te están saludando sino despidiéndose y pensás que el que va en movimiento sos vos y que la noche está enfrente, pues sigue siendo impresionante pero de otro modo...
abrazo puesn
(conocí Quetzaltenango!)
saludines
¡Saludos y éxitos en-durante este nuevo año, qe se pinta de blanco para colorearlo y darle vida ;)!
te seguiré visitando =)
Mientras que todos sus amigos vivían mil y una aventuras, al pobre Chunk le tocó estar amarrado a un monstruo con orejas de elfo y cara de Quasimodo.
Acaso no hay justicia en este mundo?
;o)
Gracias por tus relatos, que invitan a soñar.
Gracias Mitsuko. Un abrazo enorme para ti también , que disfrutes el año.
No lo sé, Andrea. Si hubieran el mío estuviera lleno de ellas. Abrazo.
Gracias Distoptica, bienvenida cuando quieras.
Trudy, parece que los niños salen a saludar para que les des un juguete. Eso es. Y es una imagen con múltiples interpretaciones. Es hermosa.
Xander, claro que la hay: Chunk se hizo íntimo amigo del hombre de orejas de elfo. Es más, le pidió a sus padres que lo adoptaran mientras comían pizza en la playa. Los dos amaban tanto el chocolate! hay justicia.
Nancy, esa historia no me la pierdo. Seguro que no. Gracias a ti por leerme. Un fortíssimo abrazo.
amigos, amigas, los quiero.
chau.
eso senti
buen post como siempre tiempo sn leerte cuestiones de tiempo pero siempre cuando puedo te visitooo saludos y q este año 2010 sea un mejor añooo
Contame algo de la Laguna de Amatitlán...
Un abrazo afectuoso.
La sigo viendo porque (afortunadamente) mi Pez Fruta también la adora.
Qué foto tan espectacular has puesto de cabecera..qué envidia me da...aquí llueve y llueve.
Feliz 2010, Prado...!
Reabro mi blog...
Un beso!
Saludos Prado, seguí narrando, es la única forma de esquivar la locura y el olvido.
Un poeta de esta tierra mía,escribió alguna vez que "cuando uno tiene un hijo, tiene todos los hijos del mundo"
Tan cierto es!
Abrazos, querido.
un saludo
beso!
En los recién pasados dias anduve por aquellas otrora fantásticas tierras donde navegada de niño... Solo que ahora en donde hace años jugaba a la pelota hay un enorme centro comercial y donde había trigales con maravillosos colores amarillos casi fosforescentes por los que me extraviaba cual conejo hay un mac, agencias de carros y ventas de no sé que cosas... Esas cosas sinónimo de desarrollo... dios también estaría triste...
Y los niños, bueno los niños no estaban ni de ida ni de vuelta. Tal vez alguien ya les dió lo que esperaban... Tal vez fue este post...
Pero decia que siempre voy un paso atrás, tambien me mudo en las próximas semanas, asi que tus últimos escritos, (en eso si que voy demasiado, pero demasiado atras) son una especie de déjà vu del futuro...
Saludos...
Un saludo desde Extremadura!
JM
:-)