Caballos
Abrí la ventana del auto. El abrumador sonido del viento hizo que se perdieran las palabras de mi abuelo. El viejo hablaba, conducía y fumaba. Sintonizaba la radio. Nos hacía llegar a la finca de Tomás, su amigo, en menos de hora y media. Le fascinaba estacionar su auto celeste, mil novecientos setenta y uno, bajo la sombra de un limonar y unas palmeras. Luego abría la cerca. Yo escuchaba a las chicharras quejarse del calor. Aquello era un desierto. Esa vez dormiríamos allí. Era sábado lo recuerdo, no había escuela. No creo haber tenido permiso de mi madre para dormir en ese sitio. No lo creo. Mi abuelo era quien decidía llevarme.
Entramos a la finca. Nos recibió Tomás y luego su esposa. Ambos vivían en una construcción, que servía de casco a la enorme finca donde aun nacen tomates, cocos y varios segmentos de milpa. Un río atraviesa el terreno y el sol lo cubre por completo. La luz brillante hacía que las arrugas de Tomás saltaran en su rostro. Se colocó el sombrero. Sudaba. También su esposa, Ofelia, junto al fogón donde preparaba la comida. Mataron una gallina. Comimos, mientras nos limpiábamos el rostro con un trapo y espantábamos a los perros con el mismo artefacto. Las moscas vinieron luego.
La tarde cayó lento. Intenté caminar hacia el río pero sentí que los pies se encendían en llamas. Aquello era el mismísimo infierno y mi abuelo no hacía más que recordar que antes habían bosques de cedro. Yo añoraba el río. Aguas cristalinas pasando al ras del suelo bullendo. Un puente colgante donde había jugado antes. Pero el maldito calor no me dejaba caminar los doscientos metros hacia el agua.
Fui hacia una pila. Tomé una enorme cáscara que servía como recipiente y la llené con agua. Dejé caer un chorro sobre mi cabeza. Tomás se reía y veía sus enormes dientes resaltados por la ausencia de algunas piezas. Ofelia soplaba el fuego de nuevo. Las gallinas corrían pensando que iban a morir.
Cenamos.
La noche entró junto al frío y yo no puse demasiada atención a las estrellas. Ahora extraño tanto el brillo titilante y multicolor de las noches. Sin embargo, esa vez puse atención a la cama. Mi abuelo dormía en un catre, a mi lado, en la misma habitación. En el dormitorio contiguo, Tomás y Ofelia fornicaban. Oía los gritos de la vieja. El crujir del camastro. Los grillos, las chicharras. Pero no puse atención a las estrellas.
Al día siguiente Tomás me llevó a ordeñar una vaca. La leche salía caliente. Entendí que también era un fluido cuando la espuma me inundó la boca con el primer trago. Sabía dulce. Luego me dejó subir a su caballo.
Cabalgué y llegué al río. Era una alfombra translúcida y helada donde dejé que mis pies se acostumbraran de nuevo a la frescura de la humedad. A la superficie lisa de las piedras. Varios peces viajaban con el agua buscando el océano.
Yo me devolví a la finca, en el caballo. Era un animal hermoso. Tan grande y dócil que me recordó a Ofelia.
Nos fuimos por la tarde del domingo.
Pero mi abuelo buscaba resolver algo y volvimos a ese sitio dos meses después.
El caballo estaba enfermo, se fracturó una pata cuando cabalgaba por una quebrada. Tomás estaba triste, así que tomó una pistola. Y frente a mí, le asestó un tiro al caballo. La sangre empezó a correr hacia un océano que navegaré cuando vuelva a ser sensato.
El sol volvió el charco de sangre opaco y espeso. Pequeñas islas de polvo emergían en él.
Ofelia seguía en el fuego.
Mi abuelo permanecía en silencio.
Un enorme amor por los caballos me nació junto a las plantaciones de tomate, milpa y frijol.
Para un caballo la muerte viene como un alivio. Tal y como yo la espero.
Esa noche, puse atención a las estrellas.
Comentarios
Trudy
Este vez me puse triste.
Apapachos, Prado
Un abrazo fuerte Trudy. Enorme.
Gracias Nancy. Se te quiere.
También para ti Güichita. Que estés bien.
Saludos gente querida. Los abrazo y me voy de nuevo al trabajo.
La primera parte me hizo recordar mi infancia y juventud, cuando visitaba a mis tios y todo era tan parecido, casi igual a lo que describes, solo que ellos no fornicaban :P
La parte final, la muerte del caballo, se me hace de lo mas dolorosa, pues tienen que sacrificarlos para que no sufran...es doloroso cuando terminan asi.
Besos
Siempre he pensado que un caballo es igual a dos personas pegadas. Dos personas muertas sacadas de la muerte y puestas en una vida caballa. De otra forma, sería imposible esa mirada y esos ojos con los que te miran los caballos.
Gracias App, muchas. abrazo.
Estrada: me alegra le guste. Saludos.
Blanca Estela: tu descripción de los ojos de los caballos está genial. Abrazos.
Paola: me alegra, abrazo.
Feliz tengan su día.
Voy a ganarme el dinero para pagar la interné
Besos Vania.
PD. es bueno leerte otra vez
saty
Saludos,