compañero
Era un almacén monocromático: blanco, gracias a la iluminación que proveían las lámparas de gas. Estaba lleno de estanterías, atestadas con frascos, dispuestos de acuerdo a su color y tamaño. Herminio, el encargado del negocio, gustaba del orden. Al punto de lo enfermizo. Y allí estaba, gozando de su reino, ataviado con su uniforme perfectamente planchado, tamborileando los dedos sobre el mostrador, mientras veía como un cliente se apostaba cómodamente sobre el amueblado de jardín en exposición; a pesar del rótulo que advertía no hacerlo. Estaba siendo paciente, como siempre. Y es que, Herminio se definía a sí mismo como una persona justa, y consideraba que la experiencia de sus ocho años en prisión, estaba superada. Un milagro del Espíritu Santo, decía. Pero ya habían pasado quince minutos, y el hombre permanecía sentado sobre el amueblado. Y Herminio decidió ponerle fin a la situación. Cerró la caja registradora con llave, se apartó de su cubículo y se enfiló hacia el final del pasillo, donde estaba el tipo ensuciando el producto, mientras hablaba cómodamente por teléfono. Posó su mano sobre la espalda del cliente para avisarle del inconveniente. El hombre volteó y sonrió. En su mano derecha tenía un revólver. Y con él apuntaba hacia la cabeza de Herminio, quien lo reconoció de inmediato. Habían pasado cinco años en la misma cárcel. Pero Herminio nunca supo su nombre, sólo su apodo. El tipo explicó que se trataba de un asalto. Y le pidió a Herminio que vaciara la caja registradora. Caminaron hacia ella, lentamente. Una pareja que se encontraba en el interior de la tienda, al ver lo que pasaba, se tiró al piso. Herminio sacó las llaves de su bolsillo. Apagó la radio, tomó el dinero y se lo entregó al asaltante. Enseguida, se tiró sobre sus rodillas. El tipo empujó su arma contra la barbilla de Herminio, alzándole el rostro, como intentando reconocerle. Pero no dijo nada. En vez de ello, amenazó a todos, gritándoles que si llamaban a la policía los iba a matar. No había necesidad de ello, se sobreentendía. Luego huyó por la puerta principal, en plena carrera. Herminio se levantó y ayudó a la pareja. Les ofreció una taza de té por cuenta de la tienda. Los tres hablaron del asalto; acordaron no denunciar al ladrón. Y la pareja se fue de la tienda, dejando a Herminio sólo, viendo fijamente la caja registradora. Sabía exactamente cuánto dinero tenía antes del asalto. Eran más o menos cien dólares. Estaba claro: no podía informar del asalto, menos al dueño. Éste, podría investigar y enterarse de sus antecedentes criminales. Lo despediría, eso era seguro. No podía darse ese lujo. Cerró la tienda por un momento y fue al cajero automático, de donde sacó los cien dólares de su cuenta. Luego, regresó y los metió en la caja. Apagó las luces y cerró la persiana del local definitivamente. Al llegar a casa, buscó su agenda de teléfonos. Hizo un par de llamadas y consiguió la dirección del asaltante. Le subió el volumen a la radio, tocaban música de alabanza. Mientras tanto, Herminio cargaba su arma.
Comentarios
El pasado no se puede borrar por mucho que duela, y si se intenta po único que conduce es a inevitables consecuencias.
Me encanta como escribes, un saludo y gracias por visitar mi blog
Buen relato, buen planteamiento del mismo. Buen final.
Un saludo!
Y con respecto al relato: 100 dólares justifican la agonía? A lo mejor. En la vida "real" matan a la gente por mucho menos. Sobre todo aqui en nuestros pueblos del sur.
Saludos desde Venezu ela.
Realmente bueno, compañero Prado. Felicidades
Hay cosas que nunca cambian, a veces sólo se cambia la fachada...pero la esencia sigue siendo la misma shit....ironico ver como lo primero que se busca cambiar es el exterior, cuando éste debería ser solo una extensión del interior, que es en realidad el único cambio que importa...
saludos
Julio: Gracias por tus comentarios en mi blog. Tu mirada "foránea" me hace ver que hay cosas que debo hacer explícitas en los textos porque no todos las compartimos. Buen punto...
Querida Princesa:
Aquí no se trata de interiores o exteriores o de voluntades, y lo digo con mucho respeto. Cuando alguien ingresa a la cárcel, por el motivo que sea, sufre los mayores vejámenes, se ve obligado a convivir con las peores compañías, y se ve forzado a aprender todo lo malo que a lo mejor todavía no sabía.
Cuando sale, si es que sale con vida o sano mentalmente, la sociedad le niega directa o indirectamente cualquier posibilidad de llevar una vida digna.
Quería aclararlo porque sin esto en mente, el texto de Julio no se puede apreciar como corresponde.
y termino con una afirmación alejada de Derecho, pero el cambio de vida es algo que sólo puede necer dentro de uno mismo, POR UNO MISMO.
En fin, espero hayan entendido lo que quise decir.
Abrazotes
Un abrazo para tí, que has logrado apenarme con las palabras tan hermosas (?) que has dejado en mi blog.
Siempre paso por aquí satisfecho de lo leído.
Un saludo.
Ah, por cierto, estuve cerca de tu tierra, en Mérida, Yucatán.
Gracias por visitar mi blog
pero la verdad me encanto el final esta cabron...
PD . saty : )
Creo que lo mismo le pasó a Rios Montt, pero en el ejercito y por ahí hay coroneles que terminaron escribiendo parecido a vos.
Estas más parecen noticias para el espejo, que para Dios.
Esperemos el siguiente post, a ver cómo sigue la psicosis esa de la muerte...
Besos :)
La naturaleza ambigua no?, por un lado le tapo el 'ojo al macho' (100 dolares). Mientras llevo a cabo lo que me corresponde (venganza).
Hay cosas que son intrínsecas. ¿Quién contra ellas?.
Abrazos!
Un saludo.
saludos prudence, sátira, y anónimo entusiasmado con Ríos Montt.
ahora que lo dices, me percato. me delaté 13lack
Filistea amiga, bienvenida. un abrazo.
ha sido una casualidad provechosa, la de tu estadía en mi blog nucitah. para mí, sobre todo.
un abrazo buttercup