Vuélveme inmarcesible, chica cosmonauta.

Sergio es un tipo rudo. Uno que trabaja conmigo en la fiscalía. Hoy analizamos un caso nuevo, ambos sentados en la mesa, con papeles por todos lados. Sergio es un tipo listo. Encontró anomalías en algunos documentos públicos. Yo descubrí que cometieron un delito el día de mi cumpleaños número veintiocho. Hice una pausa. Aquél once de julio del dos mil siete, estaría en casa. Me serví una taza de café y me acerqué a la ventana. Mi oficina está en un cuarto nivel y tiene vista a la parte más vieja de la ciudad. Los edificios mohosos, con la pintura descascarada, eran tomadas por la bruma y la lluvia. Varios pájaros se refugiaban en el balcón. Cuando cumplí veintiocho alguien delinquía. Ahora mismo alguien debe estar delinquiendo. Cuando pase cualquier cosa, habrá alguien haciendo algo malo, en este mundo, sobre el que ahora llueve. El secreto es resistir. Y resistir es apostarle a un caballo hermoso y cojo, sabiendo que ganará. Que será más que cabeza por cabeza. Ganará por mucho. Por hermoso. 
Vuelvo al escritorio y le escribo un mensaje a alguien. Es una chica a quien siempre imagino como cosmonauta. Hay algo en ella, que me recuerda cuando todo era inmarcesible. Seguro es ella misma la que me lo recuerda. Ella no se marchita. Y mi caballo hermoso tampoco. Aunque afuera no pare de llover, sobre quienes delinquen y sobre quienes resisten. Da igual, es la misma lluvia. 

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