26M Estamos en guerra


Estoy subiendo las gradas del sótano tres al piso dieciséis. Planeo hacerlo dos veces seguidas. Subir y bajar. Es lo que me queda, a cambio de la usual caminata que daba por las mañanas. 

La primera vez que lo hice, hace un par de días, sentí las piernas débiles en la segunda vuelta. A partir del quinto piso de gradas, la respiración se agita más de lo normal. Luego, los pulmones expandiéndose con el aire que les entra a bocanadas, ceden al amplio margen del suspiro.

Hace unos días, Pedro Sánchez dijo que Europa está en guerra, refiriéndose a la situación de la Unión Europea y el Coronavirus. Hoy Italia anunció que no permitirá más entierros con asistencia de las familias. Todos los cuerpos serán inhumados por el menor número de personas posibles, es decir, con la mínima concurrencia de los sepultureros.

El otro día vi una documental sobre la gripe española. La película empezaba en las fosas comunes. Cuerpos apilados, como en una guerra, sepultados uno sobre otro, sin distinción. Todos a merced de la tierra y del olvido.

Las notas periodísticas hablan de las emergencias de los hospitales italianos y españoles, como un cúmulo de enfermos buscando desesperadamente el aire. A todos se les acaba. No se dan abasto los respiradores. Estados Unidos debate sobre si intervenir o no las empresas que los fabrican, para que se produzcan los suficientes. Los médicos, mientras tanto, aplican las reglas del triage, que no es otra cosa que escoger entre los moribundos a quién prestarle la atención médica.

Estamos en guerra, quizá. Pero es una guerra distinta. Nuestros cuerpos son esta vez el territorio de la batalla. Nosotros somos los asesinos y las víctimas. Podemos contagiar y ser contagiados. Podemos sobrevivir o morir al octavo día. Todo en el minúsculo territorio de nuestro cuerpo.

Nos aislaron. Estamos en una batalla donde los actos heróicos son en privado. A lo mejor por quedarme encerrado mirando el techo en mi cuarto voy a salvar vidas. A lo mejor estoy salvando la propia.

Y quizá esta idea de subir y bajar gradas sea porque estoy consciente de que seré el arma y el escudo. Estoy buscando expandir mis pulmones, subiendo 38 pisos en veinte minutos. Estoy buscando el aire, encerrado en el foso de concreto gris de las gradas. Las luces se prenden automáticamente en cada piso que recorro. Luego se apagan y voy dejando oscuridad.

Esto es lo más que puedo hacer en esta guerra. Ha pasado un día más en la cuarentena y quedará un día menos para que sepamos el tamaño de la tragedia. Esta vez no vamos a liberar París. No; lo que haremos será liberar las manos, para que vuelvan a acariciar sin miedo. Todo entonces será una fiesta. La fiesta de volver a tenernos cerca.


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