25 de marzo. A solas con el miedo.

Este es el cuarto día del toque de queda. Aunque el domingo, con la novedad del asunto, la hora del resguardo fue recibida con aplausos efusivos de los vecinos, este ya es del silencio. Hay una bruma espesa sobre la ciudad que se esconde en el silencio. Es el calor que se viene. Es el inmenso sol evaporando lo que queda de humedad en las calles. Aprieta.

Los pájaros aparecieron de vuelta cuando el tráfico se calló, estaban ahí escondidos bajo el ruido de las motos y los autos. En algún lugar leí que ese ruido les había impedido comunicarse entre sí, que se fueron desconociendo ante la imposibilidad del canto. Ahora la ciudad es suya, como de los grillos, y los locos que corren con una patrulla detrás hacia ningún sitio, como todos los desposeídos.

Este silencio también es ausencia. Dejé de ver a mis amigos y a buena parte de mi familia. Dejé de ver a mi hijo, que vive en casa de su madre. Todas las tardes al salir del trabajo le hago una videollamada y le muestro las calles para que desde su propio encierro vea la ciudad. El estertor de las jacarandas y los matilisguates. La pasividad de las aceras, como cuando yo era niño. Era un cielo tan azul el de mi niñez y lo es nuevamente ahora.

Todos los días escucho la mayor cantidad de noticias de fuera posibles. Anunciaron ayer, que Wuhan, el inicio de esta pandemia, abrirá el ocho de abril. Pasaron cuatro meses en encierro estricto. Si este escenario se repitiera en Guatemala, abriríamos en julio. No imagino el caos entonces.

Estamos lidiando con la incertidumbre. Se nos dejó venir de frente. No sabemos cuándo acabará todo, cuál será el resultado de la catástrofe. Pienso en el inmenso peligro de tener a mi lado a alguien que está infectado o peor aún, que yo infectaré y en ese camino habrá una muerte. Estamos lidiando con el hecho de ser los portadores de la muerte. No es poca cosa. A lo mejor y escribir estas notas diarias sean mi mejor intento de cargar mejor ese peso.

Es a penas el cuarto día de toque de queda. El sol empieza a apretar hasta ceder al frío de la noche que también se ahoga en la bruma. Veo el aeropuerto desierto desde mi ventana. Ayer escuché a un vecino tocar un piano. Hoy escucho al silencio y con este silencio, estoy a solas con mis miedos.

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