La novela, el poeta y los posmo.

Ayer presenté una novela sobre la guerra. El salón se parecía mucho a la oficina de mi madre, cuando era niño. La luz entraba por esas persianas plásticas largas, que jamás funcionan. Como dientes que se desmoronan. Hablamos sobre el texto, dos chicas, otro tipo y yo. El autor nos miraba con mucha cautela como si quisiera decir algo pero ya lo dijo. De eso trata escribir, supongo.
A la primera mujer que habló, me la he topado en varios sitios dando clases de Tai Chi Chuan. Dijo que allí aprendió a que a veces sólo tienes un golpe para dar. Y supuso ella que lo daría con sus primeras líneas, que olvidé de inmediato.Falló.
Lo que no olvidé es la manera en que se encendió cuando habló sobre una referencia de la novela. Era acerca de un poeta muerto. Roberto Monzón, un tipo que murió porque unos chicos lo patearon hasta dejarlo muy mal, paró en el hospital nacional y se tomó una botella de alcohol allá adentro, estallando, casi.
Pero Monzón es mucho más que su muerte. En eso estoy de acuerdo. Su poesía funda lo urbano, construye la ciudad. Y digamos que por eso recuerdo a la mujer hablando sobre Monzón, contando que alguna vez en la casa de un amigo, estaban reunidos y alguien le dijo a Roberto que su poesía era imposible de digerir. El hombre se autoeditaba en ediciones transcritas con  mimeógrafo que regalaba en las esquinas por unas monedas. Tomó un puño de sus textos y se dispuso a probar lo contrario: empezó a masticar las hojas hasta tragarlas. Las digería digamos.
Acto inmediato vomitó.
Se supone, según dijo la mujer, que los amigos rescataron las piezas de papel entre el vómito y reconstruyeron el poema.
Así serán las fiestas posmo.
Mientras todo esto pasaba yo trataba de no pensar en las arcadas. Entre el público, que ya era mucho más que al inicio del evento, estaban dos indigentes. Pensé que de alguna manera me había quedado dormido mientras disertaba sobre mi perspectiva de la novela y estaba soñando. Pero no.
Cuando la presentación terminó, salimos al salón de las editoriales. Me escabullí entre los indigentes.
En medio de ambos salones estaba una mujer cantando con un arreglo floral en la cabeza.
Caramba. Me gustan las ferias del libro.

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