La joya. Capítulo primero.







Te dije que tomaras algo, concluyó el oficial, dirigiéndose a uno de sus agentes que bostezaba sin parar, vencido por la madrugada. Agazapados a las orillas de una casa de tres niveles, situada en una montaña, esperábamos el momento adecuado para entrar. El ejército acordonó el área y toqué la puerta. Con cada golpe contra el metal mal pintado de negro, se devolvía el eco de una habitación vacía. Volví a tocar, pensando en una barreta de metal. La incrustaría en una de las bisagras, deshaciendo el concreto. El portón caería, en un par de minutos.Se escuchó un ruido. Un ventana en la segunda planta se abrió y un hombre salió a ver. Policía,  gritó el oficial, abra la puerta. Me coloqué del lado contrario al que la puerta abría para no estar en su ángulo de tiro. Abrieron y cinco agentes entraron acompañándome. Encontramos a un par de hombres viéndonos fijo. Los colocamos contra la pared y los agentes los revisaron en busca de armas. Uno de ellos, completamente vestido de negro, parecía ser el jefe. Tenía tres anillos, dos de ellos en forma de calaveras con los ojos brillantes y rojos. Del cuello le colgaban una decena de  cadenas plateadas. Un tatuaje en la mano derecha  lo delataba como miembro de una pandilla. El otro tipo, a penas hablaba. Parecía un jugador de fútbol venido a menos. Neutralizados ambos, nos permitieron subir a la segunda planta, por unas escaleras con una lámpara de araña en medio. Había una infinidad de cucarachas en el sitio, transitando impunemente por el suelo y los muebles. La segunda planta, tenía varias habitaciones. En una de ellas, lloraba un recién nacido al lado de su madre. Los hombres de la casa guardaban silencio, esperando a que encontrásemos algo. Pasé a otra de las habitaciones, llena de ropa desperdigada. Ahí dormían dos niños. Uno de ellos, según dijo el padre, sufría de ataques de epilepsia. La revisé y salí de nuevo. La última habitación me esperaba al fondo del pasillo. La orilla de una cama se veía desde fuera, la puerta estaba entreabierta. Me acerqué y los dos hombres se colocaron a la orilla del pasillo, contra la pared. Dos policías iban tras de mí con las armas desenfundadas. Atravesé el umbral de la puerta abriéndola de golpe. Un olor a mentol salía del sitio. Amanecía tras una ventana enorme. El sol naranja de octubre incendiaba el cuarto, encegueciéndome por un momento. Con la mano izquierda, me protegí de la luz. Había un sofá. Me senté en él. Respiré profundo. El espectáculo estaba listo: un río de sangre corría hasta mis pies comenzando desde una bolsa negra, dispuesta al lado de varias velas encendidas.  

Comentarios

Miss Trudy ha dicho que…
¿¿¿¿Pero esta historia va a continuar o nos vas a dejar sádicamente en ascuas????
Prado ha dicho que…
Continúa! Lo prometo. Un abrazo, Trudy.
Pedro J. Sabalete Gil ha dicho que…
Estaré atento. Me gustó mucho esta incursión en el género negro.

Un abrazo.
Pablo Hernández M. ha dicho que…
bien... los mejores finales son los que no se escriben

saludos
Anónimo ha dicho que…
¿¿cómo así que los mejores finales no se escriben?? ¡el final, el final! Fabiola H.
La Guera Rodríguez ha dicho que…
Excelente entrada para el 10.10.10 !!
aqui esperaré la continuación...

Abrazos!
la-filistea ha dicho que…
Ohh Fuck!!
Perdón, me acabo de levantar. Fue lo único que se me ocurrió decir.

Espero la próxima.
Prado ha dicho que…
Gracias a todos y todas. Un abrazo desde el hermoso y querido México, donde me hallo de visita. Salud.
David Samayoa ha dicho que…
Intriga... muy bueno...
Diego :-P ha dicho que…
Espero la continuación... a menos que seamos nosotros quienes debamos imaginar el final

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