El efecto de los lunes
Lunes. Dos días y mis vacaciones serán guillotinadas. Volveré al trabajo. Al café, las calles, las caras, los gestos. Será distinto en algo, ahora vivo en una nueva casa. Me gustan dos cosas: el balcón, donde veo las montañas. Es irónico, pero me gusta porque me hace pensar que vivo en la montaña. También me gusta el baño. Es enorme y tiene ventanales inmensos. Del lado izquierdo, la copa de un aguacatal le da cobijo a los pájaros y flores de bugambilia. El ventanal dobla en una esquina y se encuentra con una enorme palmera y el cielo. El baño está lleno de luz. Mientras me ducho, los pájaros cantan sobre las copas y comen diminutos frutos del aguacatal. Me relaja. Podría vivir en ese baño. Seguro que cuando tenga diarrea sufriré menos que antes, porque veré la monumental belleza de los días entre los árboles. Eso es bueno.
Por otro lado, ayer, descubrí que hay una iglesia católica cercana. Demasiado para mi gusto. Lanzaron bombas al aire y luego doblaron las campanas como si quisieran hacerlas estallar en mi ventana. Acto seguido, la voz suave del cura, casi afeminada, comenzó la misa de diez de la mañana. La transmiten por altavoces colocados fuera del templo. Vaya, ahora me harán ir a misa. Creo que Noel tiene más poder del que creía.
Son las once cincuenta. Mientras miro las nubes pasearse por el lado oeste de Guatemala, pienso en lo que soñé. Ahora lo veo bien: fue ese viaje al pueblo en las montañas. Cinco horas de camino, para ir a recabar pruebas contra un abusador sexual que se filmaba mientras lo hacía con sus víctimas. Mientras conducía hasta ese pueblo, hacía mi ejercicio usual: tomar el lugar del tipo, pensar como él, ser él. Cinco horas después, yo ya no era este que escribe, sino un abusador. Sintiendo lo estéril de la vida, olvidando todo, sintiéndome solo. La angustia me invadió y sólo pensaba en desahogarme. Dónde y con quién. Pensé: los nombres de las víctimas. Cómo borrar la evidencia, dónde almacenarla. Eso. Mis colegas y yo buscamos al padre de una de las víctimas. Para eso pasamos por la plaza del pueblo. Había un evento conmemorativo de la independencia. Esperamos. Nos volvemos otros espectadores del acto. Niños cantaban y bailaban. La gente los miraba y aplaudía entre la plaza. Yo seguía siendo un abusador. Sintiendo el vacío, lo árido del día, sintiendo furia. Una niña subió al escenario, tenía unos once años y declamó un poema sobre los volcanes y las montañas. Y lo hizo con una dulzura tal, que a mí, me desarmó el acto. Dejé de ser el abusador, ya no era nada. Ella terminó, la gente aplaudió. Pero a diferencia de los otros niños, a ella nadie la esperaba. Pareció buscar entre la gente a su familia y no los encontró. Luego, caminó hacia la gente y se perdió entre la multitud. Difuminándose.
A veces yo también soy la víctima. Y también me difumino. Sobre todo los lunes.
Regreso a mí. Estoy sentando en el escritorio, frente al ordenador. Una ventana me deja ver las mismas nubes pasar por el lado oeste de Guatemala. Un avión las traspasa. Hay días en los que sería fantástico poder evaporarse. Para ser la lluvia que riega los árboles. Y no tener que pensar en el horror. Nunca. Ni siquiera los lunes.
Comentarios
saludos
(o tal vez sólo sea una excusa...)
Beso!
Gracias App.
Mario, saludos.
A do outro lado da xanela: Abrazos. Ánimo.
Gudbai
M T W T F S S
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8 9 .....
Oye pensé que era la única que decía esa frase, tal cual. ¨Podría vivir en ese baño¨
...no me siento tan loca!
Nueva casa, nuevas historias!
Un abrazo señor Prado!
Gracias Issa, Saludos. Abrazos.
Saludos Don
saludos,