Casa
Crucé la calle. De reojo pude ver a los policías apostados en ambas aceras, impidiendo con barreras metálicas el paso hacia el Palacio Nacional. Días antes vi como desalojaban con agua y palos a algunos sindicalistas que llevaban instalados en el parque central poco más de un año.
Levantaron casas hechas con pilares de madera y techos de lámina y plástico. Luego le alquilaron la casa a las putas que trabajan en las bancas del parque, bajo las sombra de los raquíticos árboles que sobreviven. Lo sé porque escuché el gemido de las mujeres cuando pasaba al lado de la construcción.
Ese día, toda la gente se acumuló alrededor del desalojo. Los mirones estábamos en silencio. Ahora lo recuerdo cuando veo las nubes estáticas resistiendo las ráfagas de viento frío.
Tengo que inclinar brevemente el cuerpo para seguir avanzando. La sombra del Palacio empieza a cubrirme. Al entrar plenamente en ella, distingo una figura conocida: el pelo absolutamente alborotado por el viento. Largos rizos sin peinar desde hacía mucho. Una espesa barba que le hace ver, junto al pelo, como un cavernícola. El sobretodo amarillo pálido, la corbata, la camisa blanca. El pantalón café. Todo limpio. Es Fernando, le conozco porque trabajamos en la misma institución hace siete años.
Se encargaba de administrar los viáticos y algunas compras menores. Luego comenzó a tener un comportamiento errático. Hablaba en inglés, según él, pero sólo imitaba el acento de un estadounidense masticando el español. Solía abandonar su puesto durante largos períodos de tiempo. Nadie sabía a dónde iba.
Fernando ahora es un indigente, pero con estilo. Renunció y no se sabe con exactitud qué es lo que hace. Con varios colegas, le hemos encontrado vagando en las recepciones y cócteles. Ahora dice que es el Doctor Fernando Tolstoi, y habla como si fuera ruso. Lo hace para comer gratis en los banquetes. No es el único, otros ex colegas han tenido que tratarse luego de trabajar con criminales. Uno de los médicos tiene alucinaciones con las víctimas de homicidio. Otro abogado, alucinaciones paranoicas con su madre muerta.
Fernando pasa a mi lado, me mira de reojo y sigue caminando. Quizá lleva prisa para llegar puntual a su cita en el Palacio. Tiene que comer. Yo continúo contra el viento.
Un viejo temor aparece y me recuerda su existencia. De niño, miraba con fascinación a los vagos. Les temía, creía que mi destino era convertirme en uno. Ya terminando la adolescencia, supe que aquello no podría ser.
Los vagos son sucios y yo no soporto la mugre. En realidad no es la suciedad lo que me desespera sino la comezón. Rascarse es algo tan placentero y doloroso a la vez. Dejaría de pensar y me rascaría todo el día. En fin, no, nunca seré un vago y si voy a convertirme en uno, quizá sea como Fernando. Yo sería el Doctor Praduski. Expulsado de Francia por chaparro y de Italia por triste. Un apátrida.
La fantasía me consume cuando cruzo la siguiente esquina. Me detengo. Pienso en el trasfondo de esto. En Pessoa que acaba de noquearme en el primer round con su Tabaquería. En el nudo que llevo en la garganta desde hace ocho cuadras. En las mudanzas, lo triste que son las mudanzas cuando ves tu vida pasar en los hombros de cargadores que ignoran cuánto te hizo feliz una cama.
En cada casa donde viví, se quedó guardado un enorme trozo de mi vida. Y si todavía ningún bien aparece registrado a mi nombre, es porque yo me niego a tener una casa, a construir una.
Lo que yo quiero es imaginarme un hogar, porque esa sería la única forma en que podría habitarlo.
Paso la calle, llego al restaurante. Tengo hambre. También una lágrima que detengo con todas las fuerzas que me quedan.
Comentarios
yo no tengo nada, ni casa, ni hogar...quiza nunca lo tenga...
Habrá en este mundo alguien destinado para mi?
Besos a traves de la distancia...
pude ver la escena, vi la barba crecida del Fernando, entendí su vida y tu trauma hacia los vagos, simplemente fabuloso.
Me quito el sombrero. Mismo efecto que causa Pessoa en vos... los que leemos tus lineas: Nockout.
Salu!
Un abrazote grandote.
Diana, cuando uno no tiene un hogar, cualquier sitio es su casa. ASí que es mejor. Un abrazo.
Vania, gracias. De verdad. La admiro.
Hermano David, creo que buscamos algo que nunca encontraremos. Eso es hermoso.
Trudy: los policías antimotines son intersantísimos. Tienen vidas a medias, por los turnos largos que cubren. Pasan más en la calle que en casa, son indigentes de medio tiempo. Un abrazo.
Gracias Nancy por el premio. De verdad, muchas gracias.
Gracias Fabrizio. Si alguna vez veo a Fernando de nuevo, me permitiré enviarle saludos de tu parte.
Rosa, bienvenida. Gracias por los saludos y los abrazos. Sé que Dios no se ha ido. Aunque yo no tengo constancia. Esa sensación de abandono, nunca te da a ti? a mí si. Y los evangelistas lo retrataron tan bien con el Eloí Eloí Lama Sabactaní. Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado? En palabras del mismo Cristo, siendo profundamente humano.
Saludos y va de vuelta el Abrazo.
tanta casa llena en el mundo, y tan vacía de significado.
No envidio a los que tienen casa: me muero de celos por los que tienen hogares.
Beso!
a veces señor Prado, un hogar imaginario es un sitio frío y una casa que se niega a ser construida puede ser producto de la imaginación prodigiosa hecha letras... y así hasta el infinito.
Si fuera indigente, creo que tampoco podría rendirme a la mugre. Aunque fuera me bañaría todos los días en la fuente de la Plaza Central. Al medio día, porque antes está muy fría el agua.
Saludos,