Gerson, el Salvaje

Llevábamos dos horas y media en la ruta. Hacía un calor de mierda. Gerson se limpiaba el sudor con un pañuelo que llevaba sus iniciales bordadas en una esquina. Yo lo miraba por el espejo. Esperábamos pasar hacia El Salvador por la frontera Pedro de Alvarado, y aquello iba lento.
Gerson llevaba los audífonos puestos y estoy seguro que escuchaba alguna mierda romántica. El pobre tipo era el último treintañero sentimental sobre la faz de la tierra. O del trópico centroamericano, para no exagerar.
Me molestaba. Mucho más que el olor a estiércol que se metía por las ventanas, mientras hacíamos la fila. Si no fuera porque a mi lado, Denys preparaba un porro, me hubiese podido bajar ahí mismo y ahorcar a Gerson con el cordón de sus auriculares, mientras lo hacía cantar alguna canción de Chayanne. Pero no. Le habíamos prometido convertirlo en un tipo rudo, mientras viajábamos a El Salvador.  Dijo que quería agarrar valor para no ser "vulnerable emocionalmente"; y que nosotros éramos sus únicos amigos capaces de tal proeza. Por supuesto que le aclaré que no éramos sus amigos. Le debíamos dinero, que era otra cosa.
Pasamos la frontera con Denys dormido y Gerson cagándose del miedo mientras yo escondía la pistola debajo del timón. “Sos un imbécil Julio, nos van a cachar” Lo repitió tres millones de veces, hasta que le dije que si nos atrapaban, lo mataría entrando en la cárcel y si no lo hacían, lo mataría de un tiro en el kilómetro 33. Se llevó su pañuelo a la boca y guardó silencio. Yo agité mi mano para saludar al agente de aduanas y aceleré.
Pasando Carasucia compramos el primer litro de cerveza salvadoreño. Denys pagó. Gerson compró agua embotellada y un pastelillo relleno de manjar. Nos subimos al auto. Gerson sacó de su bolsón una loción bloqueadora y se la empezó a untar en la cara y los brazos.
Carajo Gerson, vas a oler a coco y piña, como un puto cóctel, le dije. Escondió la loción y se volvió a colocar los auriculares.  Busqué un restorán. Había moscas, sí, había calor. Las meseras se sentaban en tus piernas si les ponías un billete de cinco dólares sobre la mesa y nosotros pusimos tres de a diez. Le encargué a una de ellas a Gerson; aunque en realidad tengo algunas dudas que haya sido mujer. Pero Gerson resistió y se marchó a buscar música en la rockola.
Esto no tiene nada de Sin Bandera, dijo. Yo fingí no escuchar. Cuatro hombres en una mesa empezaban a mirarnos demasiado raro y con Denys decidimos que era hora de partir.
En el auto, decidí contarle a Gerson el plan. Todo había cambiado, no nos quedaríamos en la playa sino en la ciudad. Así que tomaríamos un breve desvío. Ganaríamos una hora más de camino, pero con suerte, podríamos fumarnos dos o tres porros más. Vas a ver San Salvador,  le dije a Gerson, es el paraíso para los muñecos tímidos como tú.
Gerson comenzó a fumar marihuana como bestia. Nunca imaginé que quisiera tener tanta mierda dentro. Casi lo llegué a admirar, pero se colocó el puto pañuelo en el cuello y no paraba de decir “soy un forajido ajua ajua”. El pedazo de imbécil.
Denys, mi colega, casi no hablaba. Había tomado el arma y la limpiaba dentro del auto. La carretera estaba sola, ya había anochecido. Yo subí el volumen al radio: estaban tocando la música de Gerson. El tipo se animó y empezó a cantar a todo pulmón.
Lo dejé así por dos minutos. Luego detuve la marcha. Denys sabía qué hacer: tomó la pistola, bajamos ambos del auto y obligamos a Gerson a salir. No tenía idea de lo que estaba pasando. Lo hicimos ponerse de rodillas. Le saqué todo el dinero y también el pasaporte. Los metí en una bolsa plástica que tiré en la parte trasera del coche.
Tomé el pañuelo y se lo coloqué como venda. Gerson estaba tan drogado que no podía hablar. Estaba pálido. Creí que se iba a morir, así que mejor la dejé ahí, tirado, vomitando, mientras sollozaba diciendo: ¿Por qué? ¿por qué?
Arrancamos el auto y nos fuimos de ahí. Supongo que Gerson no se habrá levantado sino hasta mucho tiempo después. Telefoneé a un par de amigos policías que conocía en El Salvador y les pedí que pasaran por Gerson y le diesen la bienvenida en una de sus mejores carceletas.
Al día siguiente lo deportaron. Denys y yo aparcamos en la frontera y lo vimos bajar del bus. Nos acercamos para devolverle su dinero y su pasaporte. Pero cuando nos vio, se lanzó contra nosotros con furia. Era una bestia. Estaba ahorcando a Denys, cuando los separé. 
¡Puta Gerson, lo vas a matar! Le dije y lo tiré por un lado. Luego los tres subimos al auto. No quise preguntar qué había pasado con los auriculares, con su pañuelo, con su reproductor Mp3 lleno de los megahits románticos. En realidad no quise saber mucho de lo que le había pasado. Pero en el silencio que había dentro del auto, mientras recorríamos la parte este de Guatemala, supe que habíamos cumplido nuestra misión.

Comentarios

La Guera Rodríguez ha dicho que…
Caray Julio...a poco allá es así de sencillo cruzar la frontera? y hasta con un arma!o eso se debe a tus infuencias? me sorprenden tus historias y me encanta conocer un poquito de como se vive en Guatemala.

Besos

Diana
Prado ha dicho que…
Es ficción. Ja. Saludos Diana.
quimeras ha dicho que…
que buen cuento... hace tiempo no te leía... escribenos más seguido!
Prado ha dicho que…
¡Gracias! un abrazo.
Mario ha dicho que…
buen relato, engancha desde las primeras frases
Byron Quiñónez ha dicho que…
Como siempre, buenísimo tu relato. Por cierto, conozco un par de tipos tan irritantes como Gerson. Te los voy a recomendar para que los llevés a pasear a El Salvador, ja ja ja!
La Guera Rodríguez ha dicho que…
Julio...

Gracias por la felicitación! eres la segunda persona que se ha acordado de ese ligero detalle, el primero fué mi esposo, je je...
Ya no puedo entrar al Feisbuk por causas de fuerza mayor, pero me llegó el aviso a mi correo de tu felicitación. De nuevo gracias por el detalle.

Abrazos!

Diana
Yuri Taikatsu ha dicho que…
Si pues :) es una forma divertida de hacer de un romanticón toda una bestia enfurecida. ¿Eso fue por el maléfico plan o por el mp3? jajaja. Saludos Prado

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