El Cojo
Cuando Fernando El Cojo Aguirre llegó al Sótano de tribunales, su cliente ya le había provocado una herida en la cabeza a otro detenido, durante una riña dentro de la jaula. Tal había sido el relajo, que decidió ir a hablar con el juez y pedirle que le diera una audiencia posterior, para que antes se tratara a su cliente en un centro psiquiátrico.
Sin embargo, hasta la fecha, ningún psiquiatra ha confirmado que sea una enfermedad mental degollar a tres hombres y luego devolver sus cabezas en un taxi. Así que, ante su primera derrota, El Cojo, decidió subir por décima vez la rampa del sótano con el mismo paso lento hasta llegar fuera.
Buenas noches licenciado, buenas noches señores agentes. Diez veces la misma conversación previa para fumarse un cigarro y pensar que el mundo está retorcido y él viene siendo algo así como el principal asesor de la maldad. Y a mí qué putas me importa el mundo, pensó, mientras que con su pierna corta, apagaba el cigarro contra el suelo lleno manchado con aceite de auto. También recordó que ese mes no había pagado la tarjeta de crédito.
Antes de volver al sótano, se le acercó la esposa de su cliente con dos niños. ¿Mi esposo va salir? le preguntó. Lo veo difícil señora, allá dentro armó una fiesta. La tipa se echó a llorar y los niños miraban a Fernando como si fueran dos pequeños cachorros suplicándole que los adopte. Entonces él le hizo una pregunta: ¿trajo las cartas de recomendación? Ella sacó unas hojas dobladas por la mitad de su bolso.
Dos pastores de iglesia y un dueño de ferretería recomendaban a su cliente. Era la misma historia de siempre. Entonces volvió a decir buenas noches y se dirigió de nuevo al sótano. Revisó que los bomberos atendieran al reo que su cliente lastimó. El herido tenía tanto miedo, que decidió no denunciarlo e inventarse que se había golpeado sólo contra los barrotes.
Se ajustó la corbata. En la sala de audiencias, Fernando tendría que hacer ficción. Sólo que a diferencia de cualquier escritor, si Fernando fallaba, una bala le atravesaría la cabeza. Y luego la mandarían en taxi a pasear.
La tarjeta de crédito podría esperar un día más.
Se ajustó la corbata. En la sala de audiencias, Fernando tendría que hacer ficción. Sólo que a diferencia de cualquier escritor, si Fernando fallaba, una bala le atravesaría la cabeza. Y luego la mandarían en taxi a pasear.
La tarjeta de crédito podría esperar un día más.
Comentarios
Muy cambiada su página! ya sólo le falta un www.julioprado.gt
Saludos desde el fin del mundo